La cosa no funciona a base de imperativos

Cuentan que Federico Guillermo, que reinó en Prusia a comienzos del siglo XVIII fue famoso por su mal humor, y la forma grosera con que trataba a sus súbditos.

En una ocasión, un infeliz no se percató a tiempo de la presencia del rey que avanzaba golpeando el piso con su bastón. Corrió a ocultarse en un portón. Federico Guillermo apresuró el paso y lo interpeló: ¡Eh, tú!, ¿a dónde vas? El hombre, temeroso, apenas acertó a balbucir: A esta casa, Majestad. ¿Es tu casa? No, Majestad. Entonces, ¿por qué entras en ella? El hombre temió que el rey pudiera confundirlo con un ladrón: Para evitar encontrarme con usted, Majestad. ¿Y por qué me evitas? Porque le tengo miedo, su Majestad.

El rey montó en cólera. Se puso rojo de furia, y lo agarró por los hombros, lo sacudió violentamente y le gritó: “¡¿Cómo te atreves a tener miedo de mí?! ¡Yo soy tu soberano y se supone que tienes que amarme! !ámame desgraciado! ¡Te ordeno que me ames!”.

Patético, ¿no?

Cuándo entenderemos que la cosa no funciona a base de imperativos...

Tomado de: De Mello, Anthony. UN MINUTO PARA EL ABSURDO. Ed. Sal Terrae. España. 1993